jueves, 24 de enero de 2013
Corazón de aceituna
Solo se oye susurrar al viento. Los campos de cosecha son mi hogar y me regalan las caricias anheladas que trae la brisa del norte. Las montañas que dibujan el horizonte esconden un mundo que desearía descubrir. Soy un palo de madera, vestida con harapos viejos y ajados, y un sombrero de paja. Tengo el don de sentir todo lo que me rodea. Fue ella quien me creó: Dorothy, ella, mi ángel, mi Dios. Una preciosa chiquilla que tiene estrellas dentro de los ojos. Sus manos a veces acarician mi piel de madera. Su padre, un hombre enjuto, es un saco de huesos y me clavó en este terreno insípido.
Unas cortinas blancas y lisas sopladas por el viento revolotean como alas de pájaro. Tras la ventana está ella, probablemente soñando la vida que anhelo. El padre de Dorothy ara la tierra con el tractor. Parece cansado, se sienta a mi lado, huele a tabaco y a trigo, y casi puedo oír el fuerte latido de su corazón. Envidio el motor tan maravilloso y esencial que late dentro de él. Me gustaría tener uno. Él me mira, se relame los labios secos y se despide diciendo: hasta pronto amigo.
Observo los mirlos reposando sobre las tejas rojas de la casa. Todos los días, Dorothy juega a mi lado. Se sienta con sus rodillas huesudas y me cuenta lo triste que está. Solo la escucho porque no tengo boca para contestarle. Tan solo poseo estos dos ojos que son botones y la miran con adoración. A veces, el viento del oeste trae consigo arranques de furia y me tambalea. Creceré algún día y seré una montaña de madera partida. Tampoco puedo llorar, reír, hablar... ni puedo acariciar las sonrosadas mejillas de Dorothy.
No puedo correr, ni conocer la libertad más allá de aquellas montañas. Pero me conformo con ver transcurrir el tiempo, oír como trinan los pájaros y encuentran apoyo en mis hombros. Veo a Dorothy viniendo hacía mi para hacerme compañia y darle vida a este corazón que es tan solo una aceituna arrugada que colocó ella bajo mi ropa para que así pareciese que yo tenía ese trozo de vida.
Soy yo, un palo inerte clavado en tierra, que desea conocer las reliquias del universo. Que envidia tu alma.
miércoles, 23 de enero de 2013
Qué clase de magia
Ella llegó antes, respiró todos
los recuerdos de una vez, tantos, que
tosió. El balanceo de los chopos, las conversaciones que allí tuvieron, las
rosetas que a puñados cogían de una bolsa grande, la sal entre los dedos, la
lumbre de San Antón, el deseo escrito: “que me quieras como hoy ...”, las mejillas encendidas, la mirada con el
brillo de la hoguera y por fin, entre ascuas, un beso.
Qué clase de magia es el pasado
para presentarse así. Qué tinta imposible fue la que escribió cada gesto de tu
alma, ansias de comprender, lo que aquella mirada mira, con la música de fondo que sólo es
posible escuchar estando cerca del instante en que siempre, todo comienza.
Cuando estemos perdidos en las
palabras que no se escribieron, en los deseos
que se escaparon con el aire sin decir siquiera si volverían a cenar, no
dudemos. Hemos de ir.
No sé lo que tendrá la vida cuando
es capaz de inventar paraísos que caben en una aceituna, en una caricia, en
unas risas. Ahora que hace frío, me refugio en el fracaso, allí nadie suele buscar.
Estaré pensándote sin importarme la colonia que uses. No me hago la idea de que
al mundo le faltara tu forma de pensar, ni tu blusa azul. Mía será la culpa, si
los pimientos rojos se quemaran en el horno.
Sabía que en un cuarto creciente…
de sueños; en una muralla… de besos, se encontrarían los que hace mil años fueron amantes, desde hace justo
ahora media eternidad.
Siempre habrá una Luna flamenca,
sentada al borde del agua de la fuente donde mana el vino dulce de Málaga,
entonces comiendo magdalenas de canela, se escuchará una toná de las que pueden
hacer cambiar el pensamiento más íntimo de una vida; al final hay palabras que
sólo se pueden cantar… con tu voz.
martes, 15 de enero de 2013
Te necesito
Demasiado tiempo solo. Hago de las calles mi abrigo. En las noches duermo en un banco. A veces, si tengo suerte, en la entrada de un aparcamiento. En realidad no me quejo. Tengo amigos entre estas sombras y pasan incontables veces. Depositan sobre mi mano áspera y sucia las monedas que me alimentan. Los considero mi familia transitoria, porque abren mi esperanza y me evitan sentir el vacío en mi estómago. A veces les miro con los ojos brillantes y les susurro que los necesito. Están aquí todos los días, viendo como mi vida es un agujero roto. Suerte que tengo suficiente ropa para abrigarme del frío.
Me llaman “El manitas” porque más de una vez intenté tocarle el culo a una mujer guapa, es el único sueño que consigue calentarme en este frío invierno. Todas las noches construyo un castillo de naipes de esperanzas en mi mente, de esa manera consigo dormir mejor. Pero al llegar el día, ese castillo de naipes acaba desparramándose a mí alrededor. Me encanta hacer reír a las personas, procuro que no traspase mi desdicha. A veces la nostalgia visita a mi corazón y es entonces cuando me hundo sin compañía. Anhelo épocas felices que viví junto a las personas que tanto amé, y las cuales se marcharon para no volver. Uno conoce la soledad a medida que se va haciendo viejo.
Pronuncio incansablemente: “Te necesito, te necesito, te necesito", pero es el eco del silencio el que me responde y regreso a mi escalón. Sostengo mi cartón de esperanzas y estas sombras depositan otra vez en mi mano la misma cantidad de dinero, saben que no he elegido esta vida pero que sin embargo, vivo condenado a afrontarla.
FOTO Y TEXTO: SARA GOMEZ MARTÍNEZ
No fue una manzana
-Sabes, la culpa de que la humanidad ande tan mal, según la
Biblia no la tuvo Eva y la manzana
-comentó al preparar café en la cocina.
- ¿No? - interrogué con asombro. Ya sabía de mis ideas sobre este tema, pero me mostré con ingenuidad.
-No. La culpa fue de
Adán y un melocotón- dijo en un tono solemne.
-¿Un melocotón? -casi me atraganto de la
risa mientras buscaba el azúcar y la leche.
-Sí - contestó al
tiempo que rebuscó en la bolsa que trajo del mercado y sacó una fruta - un melocotón como éste hace
imaginar que el pecado debe ser
delicioso.
Foto: E. Fernández
Miré la pieza de fruta con aquella hendidura en el centro y sonreí.
-Por qué no nos comemos
el melocotón esta noche -sugerí- lo mismo descubrimos el paraíso.
viernes, 11 de enero de 2013
Las cosas que no te dije
Aquellas cosas que no te dije se las llevó la primavera del ochenta y siete. Lo primero que pensé al llegar a la ciudad fue si te encontraría entre aquellos puestos de libros; pequeñas bibliotecas circulantes que mostraban un generoso repertorio de incunables, manuscritos y libros ambiguos. Paseé con la esperanza de verte, dando por testigo al destino, pues de un modo u otro siempre nos había regalado la casualidad de chocarnos. Fue en una de esas bibliotecas circulantes, donde te conocí. Siempre acababas apareciendo, como un furtivo relámpago. Me pareciste enigmático, inalcanzable y lejano. Con tu bigotito fino y el hoyuelo en tu barbilla.
Aquellas cosas que nunca te dije las grabé en una cámara que encontré en una tienda de antigüedades. Como el amor empezaba a deteriorarse dentro de mí, pensé que grabando mis angustias y temores sobre nuestra difícil relación, era más probable que las palabras y gestos fluyesen con naturalidad. Encogida en el asiento descosido por la manía tuya de arañar la funda del sillón, planifiqué todo lo que te narraría, comenzando por el principio hasta el final. Después de vomitar las palabras que nunca me atreví a decirte, me quedé ausente y vacía de dolor, repantigada en aquel sillón, preguntándome si algún día, comprenderías la razón de mi partida. Lo que me llevé contigo fue tu mirada, la hermosa dilatación de tus pupilas cuando contemplabas mis labios entreabiertos. Sabes que te quería con todo mi corazón y que nunca pretendí herirte. Mi error fue buscarte constantemente, encogiéndome como una chiquilla asustada cuando no sabía hacia dónde habías ido. Perdóname si te amé demasiado, por todas esas lágrimas que derramé en tus brazos cuando creía que la vida me abandonaría. Porque eras mi vida entera, y lo que me ayudaba a avanzar. Las cosas que no te dije fueron las que debería haberte dedicado durante aquellos días venideros. Siendo esclavos de la rutina, enfrentando nuestro demacrado rostro en los espejos de nuestro hogar. Debería haberte dicho que dentro de mí siempre había estado ella, la mujer que ansiabas conocer.
Las cosas que nunca te dije y podrían habernos salvado de reproches, te las regala otra mujer que no soy yo.
lunes, 7 de enero de 2013
DISOCIACIÓN
El espejo me devuelve la imagen de una desconocida. La miro
fijamente a los ojos, esos ojos ¡son los míos!
Aturdida me alejo, ya no sé quién soy. Todo lo que me ocurre no tiene un
sentido lógico, pero debe tenerlo y yo debo encontrarlo.
Puede ser que tenga “el síndrome de la gemela muerta”. Dicen
que el 80% de los embarazos son de gemelos y uno de ellos muere en los diez
primeros días de gestación. Quizás la otra me este pidiendo participar en mi
vida, por eso cuando escribo en vez de salirme un relato, me salen dos aunque
yo no los vea. ¿Triunfará ella o yo?
A lo mejor soy “un apéndice de mi madre”. Últimamente ella
dice: “nos duelen las piernas”, “estamos cansadas”, “tenemos frio”, y yo no tengo ningún dolor ni cansancio. Pero
cuando la dejo y me voy, descubro que mi cuerpo se ha doblado como el suyo. Si
se muere ¿me moriré yo?
O quizás una parte de mí se ha ido y vivimos separadas por el
tiempo. Porque mientras mi cuerpo actúa ahora, mi mente prepara actividades
para dentro de una semana y nunca sé en qué día estoy. ¿Volveremos a ser “una”
alguna vez?
Debo descansar. Así que desconecto el teléfono fijo, apago el
móvil y me siento a esperar…no sé qué.
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