Y
Orfeo cantó flamenco
Preámbulo
Después de esforzarme en escribir un párrafo se lo doy a leer a un amigo, que desde que fuimos monaguillos,
nuestra amistad parecía tener un basamento espiritual que la bendecía.
Los dos fuimos juntos
al colegio, al instituto y luego a la universidad, nos Licenciamos en Derecho.
Nos presentamos a las oposiciones y él aprobó. Trabaja en el negociado de las
multas de tráfico. Sus razonamientos son tan escuetos y simples, que también los
suele aplicar a los temas del día a día, lo mismo que si estuviera respondiendo
a un pliego de descargo; a grandes rasgos suelen ser una cosa así: “Usted ha
reconocido los hechos denunciados al no rebatirlos; sus alegaciones no lo
eximen de haber infringido la ley; por consiguiente, desestimamos todas sus
peticiones”, o lo que es lo mismo tiene que apoquinar el doble de lo que en su
día pudo pagar de no haber interpuesto su escrito haciendo consideraciones que
en derecho son impertinentes.
Además es un estudioso, un crítico, un
clásico, uno que sale por casi tres mil euros mensuales. Innatamente distingue
el trigo de la paja, lo que vale de lo que no, el oro de la plata. ¡Si señor!
Tiene el porte que da seguridad a cualquiera. Mirada tranquila y penetrante,
casi de fiscal de sala, corbata que no se la quita ni para descansar, y su
hablar es reposado.
Y si con todo eso ya
cualquiera sería casi feliz, hizo un taller de creación literaria. Y en sus
escritos aparece en tono exacto, la trama que te guía, las técnicas de escribir
en primera persona, en tercera o aparece
el narrador omnisciente que todo lo sabe.
Yo había estado
trabajando en varias empresas como abogado y ahora me estaba planteando cambiar
la seguridad de una nómina por la posibilidad de la ruina propia de los
emprendedores que no tienen suerte.
Aunque ese cambio de
vida, tenía que consultarlo con el
médico. Me está tratando un problema de acumulación de información por culpa de
internet.
Y tiene que ser, porque
antes con la lectura no me pasaba eso, y ahora
no consigo procesar adecuadamente tanta información. Y luego la suelto
venga o no venga a cuento.
Si viene a cuento,
entonces cojo el hilo y no lo suelto, y voy como Tarzán de liana en liana
cruzando toda la selva, aunque den las tantas, siendo el más feliz de los
mortales, disfrutando de todo, del paisaje y sus fragancias. Siento así el aire
tan limpio que se me saltan las lágrimas mientras mi melena es la bandera de
perdedores, pero felices.
Hay un algo en los perdedores, sus inseguridades,
sus teorías, su estilo, sus miradas a la lejanía como si esperaran alguna
señal, que es cautivador.
Yo suelto una cosa que
no viene a cuento y me quedo tan pancho. Sigo colocando una serie de datos del
todo irrelevantes, pero que no puedo remediar el citarlos. En fin, en cuanto
deje internet, poco a poco toda fluirá adecuadamente.
Vamos a lo que vamos.
Estaba diciendo que había visto un pequeño local y me había gustado para
instalar mi bufete de abogado
matrimonialista, se lo comenté a mi amigo y después de ver la situación del
localillo, me dijo:
- Pepe, este sitio es clave para montar una
Librería, un Kiosco que venda no sólo libros, sino prensa, revistas, postales,
guías turísticas, chuches para los niños… Librería y Quiosco… ¡Que cobarde he sido!.
- Y el bufete, qué. No puedo esperar a que el
octavo coro de los ángeles apocalípticos hagan sonar sus trompetas
llamando a la Resurrección de los muertos.
- Amigo mío, como bufete significa mesa
grande, y ahí no cabe, tendrás que
conformarte con el rótulo de: Librería el Kiosco y abogados.
Cambió el tono de su
voz, poniendo el que se utiliza cuando vamos a sincerarnos contando algo íntimo
y me dijo:
- Oye, Pepe, nunca te lo había comentado pero
mi ilusión era, era montar un pequeño emporio:
librería, kiosco, abogacía; todo encaja. Lo de funcionario fue secundario; es
más si ahora tuviera un par de jones para dejar la Administración, montaría aquí el kiosoco (cuando se ponía
nervioso recortaba las palabras, las decía mal y subía la voz mientras te
miraba a los ojos fijamente), es lo que me hubiera gustado hacer. Si quieres te
cedo todos mis sueños de tantos años totalmente planificados.
- Hombre, yo preferiría que me cedieras el
currele de los tres mil euros; la seguridad, la estabilidad laboral, el horario
de ocho a tres….
Pero él parecía no
escucharme y seguía entusiasmado:
- tienes por debajo una bar y enfrente una
pescadería; plazoleta arbolada, amplia acera..., el quiosco te asegura unos ingresos y si te
animas puedes llevar los casos que te interese. Así pues, utilizando el derecho
que a mi parte corresponde no he podido silenciarte mis pensamientos.
Esta vida no hay quien
la entienda. Yo que suspiro por su posición y él que suspira por perderla. Esto
es para tocar el pasodoble de Amparito Roca.
Y como lo conozco,
aposté por su ilusión. Me lo pensé y monté el quiosco. Oiga, las ventas fueron
muy bien desde el principio. Además cuando se cundió en el bar que era abogado,
las visitas a por la prensa se alternaban con otras conversaciones que solían
terminar con un “bueno abogado, me llevo mi prensa a ver que nos cuentan”, o
después de ojear las portadas, otro me decía teníamos que denunciar hasta el
lucero del alba…
Así fuimos cogiendo
confianza; de la confianza a la consulta jurídica, y de la consulta jurídica a
la amistad.
Tomo nota en mi libreta
azul de anillas: nombre , asunto y fecha en que se me hace la consulta y cuando
termino de escribir me preguntan:
- Abogado, esto no será muy caro, ¿no?
- Hombre, no creo que pase de una ración de
chopitos y otra de calamares nacionales a la plancha. Qué menos, después que la
Sibila Eritrea, símbolo de la dedicación al estudio, me acompañe en
acertar.
- Bueno, bueno. Si es así, vamos a por todas.
En asuntos de menor
cuantía he renunciado al dinero cash en favor de la remuneración en especie en
el bar de al lado. Que han empezado a llamarlo la Audiencia. En función de la
hora del día, allí no falta un café arábigo recién molido, tostadas de aceite de
oliva virgen extra denominación de origen de la Sierra de Cazorla.
Raciones de jamón
ibérico de bellota; boquerones en
vinagre acompañados de aceitunas verdes de mesa sevillanas, bajas en sal.
Flamenquines caseros, solomillo al Jerez. En fin, lo que podíamos llamar un
buen sitio.
Después de aplicarme al estudio de la
normativa y la jurisprudencia, cuando vienen a por la prensa les entrego una papeleta con el día y la hora
de nuestra reunión en la Audiencia. El mesonero está encantado con las consumiciones.
Mientras vamos dando cuenta de la carta de raciones y medias raciones, voy
respondiendo como si los mismos Ulpiano, Modestino y Gayo lo hicieran .
Suelen ser dudas,
consejos respecto a las decisiones, quejas, desahogos, que todos en algún momento
solemos necesitar, incluido los recursos a las multas de tráfico, que se está
convirtiendo en mi especialidad, junto a las problemáticas asambleas de las
comunidades de vecinos.
En invierno nos
sentamos alrededor de una mesa camilla, con su brasero y vemos llover. También
tengo un canario que canta lo que le echen y me hace mucha compañía.
En mi trabajo no hay
prisas, leo los periódicos, las revistas, los coleccionables, las promociones.
Estoy al día en la opinión publicada.
Pero, siempre hay un pero, en la mencionada mesa camilla dejé unos albaranes que por detrás, por
aprovecharlos, me dio por escribir un
párrafo. Me hacía ilusión, cosa que antes siempre era justo lo contrario, tengo
aversión a imprimir palabras desde que en clase de derecho procesal, el
profesor nos advirtió con un pensamiento del Cardenal Richelieu que venía a
decir:
“dadme unas cuantas
palabras escritas de puño y letra de cualquier persona y de su interpretación
dependerá que termine ajusticiado”.
No es de extrañar que
muchos al final de sus días dejen instrucciones clarísimas de que se quemen
todos sus escritos.
Tate. Desde entonces he
seguido fiel a no escribir. Y fuera de
los exámenes, instancias, formularios y firmas y rúbricas, nunca he ido a más.
Sigamos. Le di los
párrafos a mi amigo. Y me dijo:
- Pepe, con todo lo bueno que hay escrito a
nivel planetario, te pones ahora tú a escribir un párrafo …Tú, también, Pepe.
El que tiene tienda que la atienda. Y tú tienes el kiosco-bufete al que
atender.
- Hombre… yo.
- Nada, no se hable más. Has reconocido los
hechos, tus explicaciones no desvirtúan el argumento, y mejor es que sigas leyendo lo que alcanza el nivel de
excelencia. En una vida dedicada íntegramente a la lectura no nos daría tiempo a conocerlo y menos meditarlo; así que
no lo pierdas en juntar palabras, porque a nadie le interesaría. Hazme caso, Pepe, ya sabes que suelo acertar,
tu actividad empresarial lo ratifica. Además sabes que te aprecio. Ya somos
cuarentones y eso es como el queso.
Le iba a dar la razón,
como siempre, cuando de repenete no lo dejé terminar. Y respondí pausadamente, como deletreando:
- Los árboles aparecen en nuestro planeta
hace 200 millones de años, y casi nadie
conoce sus nombres. Nos cruzamos con ellos durante décadas en nuestros trayectos de cada día y no somos
capaces de saber si son olmos, plátanos de sombra, melias, jacarandas, laureles
de indias.
- Y qué tiene eso que ver con la escritura.
- Absolutamente nada. Pero escribir, debería
ser un derecho fundamental amparado por
los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Todo hombre tiene derecho a escribir lo que piensa, siente o le
interese; sobre el tema que quiera,
aunque nadie jamás lo leyera, por ser casi imposible que lo publiquen tal y
como está el patio. En cuanto al estilo, cada uno tendrá el suyo. Y además se
reconoce el escribir mal, bien, regular;
como todo el mundo.
- Hablar y hablar; no se te ha dado mal.
Escribir es otra cosa, Pepe, es pensar, recrearse en la suerte, se necesita
constancia, y eso a ti no te sobra. Ya viste en las oposiciones.
- Tienes razón, Constancio, hoy mismo no me
acuesto hasta que haya escrito una palabra . Y mañana igual y el otro. Me
acordaré de los ciento cuarenta y nueve millones de kilómetros que separan la Tierra del Sol, para saber que yo tengo
más cercano mi objetivo.
- Pepe que nos conocemos como los higos
monigales, ¿ estás seguro?.
- Hombre, seguro, lo que se dice seguro, no
te lo puedo asegurar.
- Vale. Hoy es 22 de julio. Si en un año me
traes un escrito de 365 palabras te ayudaré.
- Gracias. Cantaré como Virgilio a los
pastores, al campo, a las batallas de los héroes. A lo que haga falta.
- No las merece. Bueno, mejor dicho, sí las
merece.
Desde entonces nuestra
relación, ha obviado, tácitamente el tema. Seguimos hablando cuando viene a por
la prensa de las portadas de los periódicos, de política , de lo rápido que
está pasando la vida, de la salud, del kiosco; del dineral que hay que poner
todos los meses para pagar la comunidad de vecinos, porque somos vecinos de una
comunidad que tiene una cuota que más parece un alquiler. Cuando viene por las
tardes a tomarse el cafelito al bar de al lado y a un rato de tertulia en la
puerta del kiosco, nunca me pregunta nada sobre cómo llevo lo de escribir.
Tengo un compromiso;
escribir esa palabra diaria, aunque sea
justo antes de acostarme. Dejaré una palabra nueva al texto y si se tercia un
par de ellas… pero el objetivo es una.
¿Quién no es capaz de
escribir una palabra al día sin terminar ajusticiado por el Richelieu de turno?
- Yo
Sin ir más lejos me he
tirado años sin hacerlo y él lo sabe, increíble, ni una palabra al día. Pero la
vida cambia, es una ventaja para los que les va mal. Somos intempestivos.
Me hubiera conformado
con escribir sólo eso, unos humildes párrafos aprovechando unos albaranes
sueltos. Unos párrafos porque en ellos ya estaba lo esencial de lo que quería
dejar escrito.
Pero si las pistolas las carga el diablo. A
las palabras, las ojeadas, comentarios, palabras destempladas sucede otro
tanto. Hay que aprender cada día a saber responder, a saber gesticular y si no,
callar; porque como dice Juan, el pescadero de enfrente, el que no sabe ni
entienda que calle y aprenda.
Ya en la cama, justo
antes de pillar el sueño, sigo con mis pensamientos. Me podía haber dicho que
hacía dos millones de años que el homo sapiens andaba erguido, y sabía buscarse
las habichuelas, y respiraba libertad, y era feliz sin saber leer ni escribir.
O que escribir suele
ser aburrido, todo el mundo lo sabe y por eso la inmensa mayoría del mundo no
escribe, requiere un esfuerzo muchas veces inmerecido.
Las palabras son tercas como mulas y se paran;
Bernardo, un hombre que se ha tirado toda la vida trabajando en el campo, ahora
jubilado, se acerca a por el periódico y a tomarse unos chatillos en la
Audiencia. Allí le escuché que cuando estaba arando se ponía a cantar y las
yuntas de mulas se paraban a escucharlo y hasta que no terminaba su cante, por
Manolo Caracol, no se movían. Que arte
más grande.
Me podía haber citado a
Sófocles para recordarme que no hay nada en el mundo tan misterioso como el
hombre. Y que el que yo escribiera ratificaba ese misterio.
¡El hombre! Esa es la
clave, me podía haber animado y decirme:
- ¡Hombre, Pepe, acabas de atravesar la mitad
del desierto, porque un hombre que escribe, un hombre que escribe, Pepe, sólo
le queda perseverar en su travesía hasta llegar a no se sabe dónde!.
Pero le salió del alma
lo de la oposiciones, la poca constancia ; lleva razón, la lleva; pero como él
mismo dice: “al amigo, el favor; al que no, el reglamento”.
El día a día necesita una palabra, un esfuerzo, un
trabajo, una intención, una lucha, una constancia, una batalla, un avanzar, un
retroceder, un volver a intentarlo...
Ah! Mis contradicciones son culpables de
querer yo quiera ser escritor y no escribir; buscar una ilusión y no
esforzarse. Ir a más y no arriesgar, a por todas y no querer perderlo todo, así
es.
Esas mismas
contradicciones tienen la culpa de tantos miedos que son un estorbo para
crecer en todos los campos de la vida y
que suelen desaparecer con un “labore et constantia”. Con una decisión. Con una
palabra escrita cada 24 horas. En esas estamos… Ya parece que estoy cogiendo el
sueño. Seguiremos en otro momento nuestros escritos compartidos. Saludos.
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