El “Serpientes” tenía
11 años. Su divertimento era asustar a sus amigos. Presumía metiendo culebras
por su faldón y sacándolas por su manga: brillaban sus ojos frunciendo el ceño.
Siempre estaba
dispuesto a salir con su padre. Un día de invierno le requirió para talar
higueras. Arrancó el motosierra. Había próximo un muro derruido sujeto por un
alambre que obstaculizaba el trabajo. Por ello soltó la máquina en el suelo,
para retirarlo. Al instante el niño saltó y empuñó la máquina. Apretó el
gatillo con tal suerte que la pala dio contra el alambre y rebotó. El padre voló
para quitársela. La cortante cadena se paró. De la frente brotó la sangre y
rápido le aplicó su pañuelo.
El pequeño reconoció
su imprudencia y le dijo que apenas dolía. Echó mano al teléfono y marcó 061.
Una muchacha le contestó: “Siéntelo, apriétele fuerte la herida y cúbralo”.
Nueve minutos tardó la ambulancia. La sangre no fluía. Era necesario llevarlo
al hospital. El niño haciéndose el remolón intentó atrapar a un gato que
jugueteaba.
En quince minutos
ingresó y un médico resuelto dijo: “La herida no es grave, el hueso está
intacto. Te coseré sin dolerte”. El niño miraba sorprendido al que le auguraba
tanto bien.
-Prométeme no jugar
más con esa ruidosa máquina.
-Sí, se lo prometo -
respondió al instante-, pero vi a una rata meterse ...
La resonancia obtenida
mostraba un pequeño hematoma interior.
A los cinco días de
estar ingresado le dieron el alta: la herida estaba cerrada pero al
descubierto. En el ascensor daba saltos de alegría. Una mujer y su niñita se
subieron. Miró a esta con cara satisfecha, mostrándole su curada frente y
frunciendo el entrecejo, abriendo y cerrando los ojos de forma intermitente. La
niña, espantada, observó aquella cicatriz: era como una viborita reluciente que
se adentraba, presurosa, por la cabellera del curioso personaje.
(29 Octubre 2012)
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