Fue una atracción perfecta, planificada por las encrucijadas
de la vida, se presentó perfumada y amable. Aceptó, pudo sentarse en uno de los
sillones relax, reconvertibles en cama plegable. Desanudó el pañuelo de seda, lanzado
al aire fue águila, gaviota, mirlo y por fín alondra vespertina.
Mientras, intentaba quitarse el zapato con la ayuda del otro pie, alzó la mano y pidió un lugumba
con cubitos. Justo ahí aparecieron los de seguridad del Centro Comercial… lo demás
fue cara de felicidad al recuperar su pañuelo extendido en la alfombra líbremente,
calzarse su zapato y decir, tengo una tirita en la herida que más duele y nunca cura.
Lo acompañaban a la salida, volvió la mirada de
poeta loco agradecido a todo y a todos.
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