No habría culpas que compartir. Son
mías y las que no también.
Pasea con la mirada puesta en la vida.
Tantos meses de frío y ahora, la sonrisa de la primavera le desnudó.
Se queda sin sus pantalones de pana, el polar azul, los guantes, los
calcetines gordos y le cambian la hora.
En la cuesta de las Carmelitas, había
tal derroche de azahar que al respirar se hizo naranja.
Sus
pensamientos eran ya zumo con su vitamina C y su fibra natural, tan
necesaria que no sabemos lo que tenemos.
Pensamientos entrelazados, música
romántica, paseo por las estrellas, conversación en la noche,
reflejos de pasión y miedo del que no sabe por qué ama y escribe y
canta.
Rutina al ritmo de pequeños sorbos de
desilusiones, salida nula, canción que aproxima los labios al vaso
de vodka acaramelado.
Parado frente a un árbol bellísimo de
la Alameda, entró en éxtasis. No sabe cuánto tiempo pasó
(nosotros, si. Veinte dos segundos) Las hojas fusia, parecían
querer regalarle la respuesta… pero dió tantas… Pensaba que
era una. Lloró como un geranio.
Seguiría buscando, amando en un cante
flamenco los reflejos de su amada.
Ahí lo tenéis, la camisa entre
abierta, mirando por la ventana, jugando con el boli, escribiendo en
su libreta, lo que desde esta mesa parece un poema: “ Hoy pídeme
todo y me parecerá poco, … “
Luego quiso vender al camarero, otra
vez, su escritura a cambio del café y media. No pudo ser. Mañana,
quién sabe si valdrá por lo menos un desayuno.
Sacó de su bolsillo el euro cincuenta,
pagó mientras con una sonrisa que no llegaba a serla, le repetía lo
de siempre. Manolo, sales perdiendo.
Ya en la calle, en sus auriculares
escuchó Lady Jane, de los Rolling.
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