Leyendo con un café
Tengo una cafetera que se le
despegó el asa. Está nueva pero ya no venden piezas sueltas. El pasador que
sujeta la tapadera, se perdió y ahora
está suelta, no encaja como antes.
Cuando
empieza a subir el café, espurrea, no como un aspersor en mitad de un trigal,
pero lo intenta.
Para retirarla del fuego y servirte tienes que liarla en un
paño de cocina gordo.
Después de comer, tatareando una
soleá, preparo un cafelatto a compás. Me gusta echarlo en los vasos de cristal
que tienen el culo gordo, y que si no le pones una cucharilla dentro, pueden
reventar como el lagarto de la Magdalena.
El mantel, la servilleta… y el
libro abierto; la ventana enmarca un
cielo lleno de momentos. Y como si fuera
de dibujos animados, llega el aroma envuelto en una nubecilla con forma de taza humeante,
sólo falta la miloja de chocolate, la de las mil calorías, capaz de borrar
cualquier amargor que pudieras tener.
Sale hirviendo, me gustaría
tomarlo así, como lo hacía Valle-Inclán que no se quemaba, pero como estoy
operado de las anginas, no puedo. Un amigo lo intentó y le cambió hasta la voz,
porque dice que se le chumascó la campanilla. Pero lo de escribir, sigue igual.
Es mejor soplar cada vez que te
acerques la taza. El de la campanilla le sopla ahora hasta al café con hielo.
Poco a poco, voy paladeando cada
palabra de este Calderón de la Barca, más que café, más que palabras:
Con asombro de mirarte,
con admiración de oírte,
ni sé qué pueda decirte,
ni qué pueda preguntarte;
sólo diré que a esta parte
hoy el cielo
me ha guiado…
1 comentario:
José, me hubiera gustado escucharte, con ese tono de voz al recitar, jeje. Pero me conformo con leerte, que siempre es un disfrute.
Un abrazo.
Publicar un comentario