jueves, 6 de septiembre de 2012

Un día tan luminoso


Un día tan luminoso, sólo le podía evocar los pendientes de nácar que compraron en Cádiz. Los dejaron en remojo toda la noche en una copa llena, llena de champán y ... aire sabio tres veces milenario, el resto fueron cantes por alegrías.

No tenían duda, al salir el sol, se habrían convertido en caballitos de mar. Y entonces, en ese instante... 

Mientras, iba entretenido recitando mentalmente frases sueltas que había leído, y que apuntaba en un papel de bolsillo. Así todo era más fácil.  Hasta que embelesado,  mirando el brillo del marco, se paró en seco, delante del escaparate. Parecía un niño mirando , a la hora de comer, una estantería llena bocadillos,  magdalenas y dulces. 

Una vez más aparecía la señal, la que empuja y convence. Después, después se aventuraría; otra vez, empeñándose en buscar el rayo de sol que le contara el chiste de aquel que diu ...

Siempre buscando pepitas de oro entre ríos que no figuraban en ninguna parte. Eran sus corazonadas las que le urgían a seguir. De que allí no había oro, no había duda para nadie. Todo el mundo lo sabía, los carteles eran claros y en letras grandes: Aquí no hay oro. 

Están seguros, era lo único que pensaba aquel poeta de ripios fáciles, narrador de cortometrajes, como su vida. 

El marco de nácar achampañado, nunca dejó de relucir la estela de dos palabras, un paisaje. Todos los sueños tuvieron allí su casa. Y su casa guardaba el marco, junto a la Odisea de Homero. 

Sólo tenía que soñar y hacer palmas dobles a compás.
 
Mientras, seguía esperando, siempre, que un día tan luminoso como jamás nadie haya podido intuir, fuera apareciendo en el lienzo de la que no se conforma sólo con pintar, sino con vivir cada matiz, cada movimiento de sus pestañas, euforia de colores. 

Sensaciones de ingravidez en el eco de una voz, sorbo de una sonrisa de café, eternidad que dura justo un instante, ni más ni menos. Como Tú.

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