Qué triste se ve al abuelo allí sentado, envuelto en
pensamientos que guardan el silencio de sus heridas. Le oigo murmurar “mundo embustero” una y otra vez, hasta
el atardecer. Observo sus zapatos polvorientos y su mirada desequilibrada. Se balancea
lentamente, le duele respirar. Le pregunto por qué el mundo es embustero,
responde que la vida es como un botijo vacío. Pero no le entiendo, dice que soy
demasiado joven para entender este mísero y ruin país.
A veces el abuelo es diferente. Bebe las natillas en
vez de tomarlas con la cuchara. Reímos cuando vemos su bigotito manchado de
pegatina amarilla. Él acompaña con su sonrisa nuestras carcajadas. Cuando está
de buen humor, hace que todo vaya bien. El mundo de afuera nos parece
encantador porque él nos relata historias increíbles. Hay días que nos azota el
culo y grita que esta difícil juventud lo matará un día. Pero sé que él me
quiere, lo he visto en sus ojos de cuervo negro. Cuando me acurruco en las
sábanas, está a mi lado, susurrando una historia y acariciando mi pelo. A mis
hermanos apenas les presta la suficiente atención. Conmigo, el abuelo es un
niño atrapado que anhela soñar y columpiarse bajo el árbol de la esperanza. Para
los demás, el abuelo es el abuelo.
Es noche de luna menguante. A través de la rendija
de la ventana se oye susurrar al viento, un silbido que hiela la sangre. El abuelo
fija su sucia mirada en los cristales y dice incansablemente que el tiempo ha
venido disfrazado de muerte. Me acerco a su flácido brazo y froto mi mejilla
contra la tela de su pijama. Él aparta mi cara con un movimiento brusco de su
mano, pero no me importa, el abuelo es
el abuelo”.
Al romper el alba, no está en su cama. Encuentro huellas
de pisadas sobre el barrio húmedo cuando aprieto la nariz en la ventana. Salgo sin
importarme el frío. El abuelo ha dejado un rastro de viejo curioso. Él cielo ha
partido en dos el color azul y blanco. Hurgo entre los matorrales, lo busco en
la niebla, cada vez se hace más espesa. Me horroriza pensar que se ha perdido,
él jamás sale de casa sin excusarse. Debo estar soñando, esto no es real. Cuando
despierte de esta pesadilla, el abuelo estará a mi lado, con su olor a jabón y
su ademán insolente. La niebla cubre el caserío. Imagino a mis hermanos
buscarnos, con sus caritas rojas e hinchadas de llorar. Si el abuelo no
aparece, tendré que regresar.
De repente, escucho su voz. Mi corazón parece tan
pequeño que apenas puedo sentirlo latir. El abuelo reza fuerte. Corro hacia él
apartando la niebla con las manos. Está sentado, con una mirada anestesiada,
rodeando sus huesudas y sucias rodillas con sus manos. Me acerco, las hojas
muertas de los árboles crujen bajo mis zapatos. Toco su hombro mientras murmuro
la misma frase: “mundo embustero, mundo
embustero”.
-
-Tranquilo,
abuelo. Estas a salvo- le digo para tranquilizarle. Le ayudo a levantarse,
ambos caminamos como si nos hubiesen arrancado el alma. Tiro de su brazo, el
caserío se distingue por fin. El abuelo escruta la mirada hacia el infinito, en
su mejilla izquierda hay una herida perforada que no había visto antes.
El abuelo curva su boca en una sonrisa grotesca y me
mira con sus ojos negros de demonio.
- - Mundo
embustero. Tú perteneces al mismo lugar.
El abuelo ha perdido la cabeza, el corazón y la
coherencia. Hago el último intento de arrastrarlo hacia nuestro hogar. Al entrar
en el caserío, nadie nos recibe. ¿No han notado que el abuelo ha estado ausente
horas?
Lo acuesto con cuidado y lo arropo con las mantas. El
olor a viejo no ha desaparecido, no podrá desaparecer jamás, es la huella de su
existencia. Una vez apagada la luz del desván, bajo las escaleras. En el salón
se respira una tensa atmósfera. En la mesa hay bollos calientes, la chimenea
lanza su resplandor naranja sobre los rostros silenciosos y preocupados de mis
hermanos y mi madre. Me preguntan dónde he estado.
- - Con
el abuelo- respondo.
Las caritas de mis hermanos se contraen en horror.
Mi madre chasquea la lengua, posa su delicada mano en mi hombro y me dice en un
susurro que crispa mi piel: Es imposible
que hayas estado con el abuelo, murió anoche, ¿no lo recuerdas?
SARA GÓMEZ MARTÍNEZ
1 comentario:
Es un relato entrañable porque nos recuerda ala abuelo que tuvimos tiempo atrás.
Un beso.
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