viernes, 2 de noviembre de 2012

EL BLASÓN HERIDO




Tras un encarnizado combate, los dos contendientes nos afanábamos en asestar el golpe definitivo. El duelo entre paladines llegaba a su fin y pronto se sabría qué reino ocuparía la estratégica población.
Era la primera vez que representaba a mi reino, el del sur y me enfrentaba al más experto y sanguinario de todos los adalides de los reinos cercanos. Los brazos me pesaban en exceso, las correas del escudo me habían dormido el antebrazo derecho y mi mano izquierda ya no era capaz de distinguir el contorno del hacha que portaba. El sudor bañaba mi cuerpo y enormes y continuas gotas se deslizaban por el rostro, como hormigas sin rumbo. Por las mirillas del casco veía que mi adversario, erguido y dominante, me iba arrinconando ante el griterío entusiasmado de sus seguidores.
Estaba perdido, derrotado por el hercúleo enemigo y sabía que mi muerte estaba cercana; encomendándome a María Santísima decidí abalanzarme contra él para intentar sorprenderlo o al menos morir con coraje; pero ya he dicho que me encontraba exhausto y mis piernas no fueron capaces ni siquiera de sostenerme y caí rodando por el suelo, perdiendo el hacha que quedó a unos pasos de mí.
La carcajada de mi adversario estremeció toda la plaza y a mí, definitivamente, me secó la boca.
Con deleite, se agachó hasta el hacha y blandiéndola sobre su cabeza lanzó el golpe definitivo contra mi pecho; me partiría en dos. Instintivamente, y más por terror que por técnica, intenté cubrirme con el escudo y apartar mi cuerpo.
Conseguí parar la llegada de la muerte a costa de sentir un terrible desgarro en mi antebrazo. Volví a rodar sobre la arena y gracias a la Providencia, me topé con uno de los rejones utilizados en el combate, lo así con las pocas fuerzas que aún me quedaban y lo icé con furor al tiempo que mi adversario se lanzaba iracundo contra mí.
La puya pasó entre el casco y el peto y le atravesó el cuello; con sumo esfuerzo conseguí levantarme y como pude me arranqué el escudo y entonces vi el símbolo de mi familia partido en dos. También el blasón había sido herido.

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