Ella era
inteligente porque no buscaba serlo ni
le importaba no parecerlo, el rasgueo de guitarra flamenca la llenaba de
sabiduría y sin prisas ansiaba en sus
lecturas, palabras que dejaran en todo su ser un leve contacto con las cimas más altas en
pleno atardecer, nubes transidas por los últimos rayos rojos pompeyanos del sol
que se va, estrellas que poco a poco vendrían
para jugar dándose la mano.
Ella era
imaginativa porque hace que la realidad sea el mejor sitio para vivir, para
hablar, para quedar. Estar sentados, desenredando los hilos de la vida que a
veces se anudan y no dejan.
Ruidosa cuando es
feliz sin poder remediarlo ni contenerse en su hablar, esté donde esté, como cuando en plena
conferencia no paraba de contarme la conversación de un señor mayor, delgado
y con ojos vivarachos que iba contando
que esa mañana su mujer le reprochó un , anoche te dejaste la tele puesta …
pues no te puedo decir, fue su respuesta. La única que le valía. Pues no te puedo decir, qué te parece.
Ella pisaba
fuerte, cuando llegó a la altura de alguien que estaba sentada en el escalón de
una caja de ahorros pidiendo, le dio sus zapatos. Ahora descalza, su figura se
hizo tan hermosa que no habría modelo que pudiera igualar su caminar.
Y de naranja eran sus besos.