domingo, 11 de noviembre de 2012

El Mago



    Frente a la destartalada mesa, con el papel en blanco sobre ella y el bolígrafo saltando entre sus dedos en vertiginosas acrobacias, trataba de encontrar las primeras palabras.
Recordaba sus primeros años, cuando siendo un mocoso acompañaba al abuelo por los caminos del bosque buscando hierbas y flores, mientras que el viejo, sin soltarlo de la mano, con sumo cariño y paciencia le explicaba para qué servían cada una de ellas y cómo hacer lo que para el chaval eran fantásticos sortilegios.

    Al pasar los años, cuando el abuelo murió, gustaba de acompañar a su madre por los caseríos vecinos y servirle de ayuda en sus visitas sin fin para asistir al parto de algún ternero, rebajar las fiebres de algún zagal, abrir el apetito de alguna moza extasiada o aliviar el encuentro de la parca con quien hubiera cumplido su tiempo en este mundo.

    Eran años de penurias y necesidades, de esfuerzos y sacrificios familiares, pero más aun cuando la madre, viuda temprana, vendió sus tierras y su ganado para poder mandarlo a la capital y así convertirlo en un verdadero hombre de provecho.

    Allí, en el cuartucho de descanso del viejo hospital donde hacía las prácticas, se disponía a llenar folios sobre la medicina natural. La tesis que en breves días defendería ante el tribunal.

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