Los
muchachos estaban en la barra de la caseta municipal; en el ambiente se dejaba
notar que era el día grande de la feria. Todos, jóvenes y menos jóvenes, lucían
sus mejores galas a la espera de la actuación principal de este año.
Luis,
Roberto y Fredy bromeaban mientras acababan sus botellines de cerveza. Sus
miradas revoloteaban sobre las muchachas que coquetas paseaban ante ellos
haciendo como que no se habían percatado de su existencia.
La
orquesta mezclaba los ritmos más modernos, twist, mambo, foxtrot, con los
clásicos y típicos pasodobles y valses. La música era para bailar y ambientar
sin machacar las conversaciones de los múltiples grupos que se iban formando
frente al escenario, anhelando el comienzo de la actuación del cantante de
moda.
En
esto, una pareja se acomoda en la barra, junto a nuestros amigos. Él se acodó
en el mostrador, con unos elegantes zapatos marrones y blancos, pantalones
beige de pinzas y jersey polo (Lacoste, por descontado) a juego, de espaldas a
Luis. Ella, con unas manoletinas rosas, un vestido, blanco con flores de
idéntico color que las manoletinas y de amplia falda; el pelo recogido con dos
brillantes pasadores sobre las orejas y unos ojos como el mar del Caribe en los
que inevitablemente quieres zambullirte.
Fredy
golpeó con su codo las costillas de Roberto con tanto ahínco que casi se las
parte.
Roberto,
desafiante y seguro de sí mismo, miró con descaro el amplio escote que lucía
Ella.
-¿Y
usted qué mira? Soltó Ella cogiendo a su pareja con fuerza de la mano y dando
un paso hacia delante.
Roberto,
en fracciones de segundo, tragó saliva, se sonrojó y palideció
alternativamente, mientras que Luis y Fredy se colocaban tras su amigo, más
para protegerse que para apoyarlo. ¡Lo habían pillado!
Y
Roberto sin apartar la vista de su objetivo, respondió:
-Lo
que usted me enseña, señorita.
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