No tenía que hacerlo, ni demostrar nada. Compró un gel tan aromático,
tan lleno de fragancias, colores, mundos y música que, cuando salió de la ducha,
todas las habitaciones aspiraban con los ojillos cerrados y cara de satisfacción
aquel efluvio mañanero.
Ya en la cocina, frente a frente con el café, cogió la
cucharilla y dejó un pensamiento, recordó su risa y se le quemó la tostada. Por la radio no paraban
de salir noticias, en la calle los colegiales iban a lo suyo, Lorena dice Fran
que te quiere. Dí que no, que se lo ha inventado este…
Tener un mundo tan inmenso que nunca conoceré, años que me
han enseñado a esperar el paso de un cometa que dé la señal, por no estar contigo escribo. Porque si no,
los valles no tendrían bastante hierba para bailar, ni habría rincón que no
disfrutáramos, ni vino de ribera, no. Y en el eco de las Cuevas de las
Maravillas me arrancaría por bulerías para que tú bailaras, convirtiendo cada
movimiento de tus brazos en arabescos imposibles.
Cómo voy a escribir un cuento, ojalá pudiera. Mientras
tendré que seguir imaginando el viento de Tarifa, ir ahorrando palabras, para que no sobre
ninguna, siempre me falta una, no para de buscarla.
Cuando ya parece que vas conociendo el camino, no deja de
sorprenderte. Y así seremos como el gotelé de unas paredes, que esconden
relieves mágicos y mensajes en su idioma gotelero, cuando lo conozcas podrás leer las historias que
convierten el veneno en antídoto.
Habrá un momento con música celta incluido, cobijados en la
Torre del Homenaje, ahí recitaremos cada uno como en sorbos cortos la esencia
de lo que aquí no acierto a decir. Otra vez será.
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