Estaba lleno de supersticiones en las que no creía, eso no
impide el que lleve siempre encima un hueso de pollo protector, un trozo de madera
por si alguien dijera algo inconveniente y hubiera que tocarla inmediatamente, echar el
pie derecho por delante, tirar agua por la ventana si se rompiera un vaso, y
como amuleto genérico una petaca llenita de anís Castillo de Jaén, que vale para
todo.
El Día de los difuntos tiene que ir al cementerio y entonces es
vulnerable a todo. Cogió el autobús de línea y nada más subir escucha la
conversación de los que están junto a él, diciéndole uno al otro, mientras
señalaba el sitio que ocupaba él , que justo donde está este hombre venía el
año pasado, y ya ves...
¡Qué barbaridad!, era lo único que decía nuestro personaje
mientras rebuscaba en sus bolsillos, nervioso el antídoto a semejante
casualidad… sacó la petaca de anís, le dió un tiento que se tuvo que aflojar el
cinturón.
El conductor, que iba con
prisas, dió un frenazo, nuestro personaje
se quedó con mal cuerpo, la segunda
rotonda la tomó como el látigo de atracción de feria. Del resto ya no se
acuerda. Pero los que estaban le oían decir algo del malfario.
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