Inteligente,
imaginativa y ruidosa, pisaba fuerte allí por donde pasaba y Juan en el
asiento del pasillo del autobús de su barrio la miró, repasándola desde el
extremo de los tacones de aguja de sus zapatos hasta el pasador de bisutería
fina que coronaba su exuberante cabellera.
Con las venas del cuello a punto de estallar;
los ojos, reflejo de un imperioso deseo, casi morboso y la boca reseca de
ansiedad, Juan, hoy, no se pudo aguantar y la interpeló:
-¡Señorita!
Si, usted; la que se hace notar cuando se acerca, por el ruido de sus fuertes
pisadas. ¿Es que tiene algo contra mí? Todos los días me clava su fino tacón en
el dedo gordo de mi pie.
La joven se volvió y con una pícara
sonrisa le respondió en voz bien alta:
-Perdone,
¿no será que a usted le gustaría tener algo más que su dedo gordo a mis pies?
2 comentarios:
Un final bien resuelto con esa contestación tan perspicaz de la mujer, me gustó.
Pisa fuerte y no ceja en su convicción de pisar fuerte ¿verdad?
Bueno micro.
Saludos.
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